top of page

[Crónica] Una mujer con sabor a Colombia

Amaneciendo al deber


A las cinco y treinta de la mañana, en alguna casa del barrio El Libertador una madre cabeza de familia levanta a sus tres hijos Cristian, Miguel y Yurani, llevándolos a la ducha, dándoles un buen desayuno, perfumándolos y asegurándose de su impecable presentación para llevarlos a sus respectivos centros educativos. Ella, simultáneamente, despierta desde hace una hora, prepara café suficiente para llenar diez termos con una textura lineal de alto relieve y tapas azules, amarillas, verdes y rojas, que serán promisoriamente vendidos en su jornada laboral continua y sin horarios, en el Parque Manuel Murillo Toro. Emprende un recorrido de a pie con su carrito de varillas metálicas sobre las carreteras de una ciudad que aun está sumida en el ensueño.


El frío de la madrugada no vence el optimismo de Blanca Yaneth González por tener un día productivo. Sus ganancias oscilan entre los $ 30.000 y $35.000 diariamente, estables al contar con clientes fijos entre los que figuran periodistas de las estaciones radiales del Centro y trabajadores de la Gobernación del Tolima, que a media mañana dejan sus ocupaciones y abren espacio para degustar un vaso de suave café, por el módico precio de $250 con una sonrisa de agradecimiento gratuita; también, sus compradores abundan entre los transeúntes anónimos que deseen tibiar su garganta entre el agite laboral. Asimismo, en su estante, ofrece cigarros y recomienda a los compañeros del gremio para los compradores que deseen un pan.


Acerca de Blanca y sus hijos


De carácter fuerte y pocos amigos, esta mujer que desde hace ocho años se dedica al oficio de las ventas trabaja de lunes a sábado por más de trece horas para luego arribar a su habitación arrendada por $ 210.000 (desde hace diecinueve meses aproximadamente), encontrándose con sus niños, revisando sus pendientes y ayudándoles en alguna tarea, esperando el domingo para compartir con ellos. Durante su infancia, debido a las labores de finca en las que su padre le instruía, aprendió a sembrar café y frijol, combinándolo con sus primeros empleos en casas de familia a los trece años, para prontamente estar en restaurantes, cafeterías y discotecas luego de dejar voluntariamente su formación escolar cuando cursaba sexto de bachillerato.


Bajo un paraguas multicolor, con un canguro negro anudado a la cintura, Blanca como cualquier otro día se esconde del sol que picotea en sus párpados, sólo que al ser sábado y por ende, no haber movimiento de oficinistas, escucha en su celular algunas de las mejores rancheras que, mientras sus niños juguetean con las palomas que hacen vuelo desde la cúpula de la Catedral hasta los suelos de la carrera Tercera donde se divisan converse, zapatos de tacón, zapatillas, sandalias o los pies descalzos de algunos habitantes de la calle.


Con una suerte de retazo sobre uno de sus hombros, observa cómo su hijo Cristian de tres años, el travieso del Hogar Empresarial Comfenalquitos, va de un lado a otro vacilando a su padre, quien también es comerciante y está a pocos metros de Blanca, con el cual ya no está en una relación formal desde hace seis meses pero mantiene una cordialidad poco usual. Por su parte, Miguel de cinco años con la ternura a flote, se muestra tímido entre las piernas de su madre, y finalmente Yurani, amante de las competencias en bicicleta y los impulsos a propulsión en el agua para molestar a sus compañeras del Colegio Simón Bolívar, ríe con la dulzura de miles de bombones en sus labios, expresando a sus nueve años: “cuando crezca, quiero ser doctora”. Blanca, de piel morena, cara pecosa y escasa estatura, espera afablemente que sus tres pequeños sean seres íntegros, profesionales y exitosos, aunque hace énfasis en que de ellos depende su futuro, ya que no le agrada ser un modelo impositivo de lo que deberían ser y hacer; considera que cuando puedan tomar decisiones los respetará y admirará por su valor de lucha, como el que ella ha tenido desde sus veinte años cuando decidió que su vientre fuera bendecido, abandonando por convicción su casa paterna, dejando atrás la reprensión y dando lugar a esa constancia de superación que la reviste al sostener a su familia, sin ninguno de sus tres anteriores parejas o el acceso a medios de subsistencia condenamos socialmente.


En medio de la muchedumbre, se acercan jóvenes y viejos a pedir un tinto cargado y dulce para compensar el calor de la tarde. Sirve con ánimo el burbujeante e intenso café, recibiendo las monedas por entre sus dedos, unos de ellos con una argolla plateada sin motivo revelado. Sus tatuajes, un corazón con rosas en su hombro derecho y un sello del amor de un par de adolescentes en su mano izquierda, le imprimen color a su esencia corpórea. Su carne es entonces un mapa en donde el nombre de Jamir, el cual según Blanca ha visto pasar en ciertas ocasiones sin mayor atención, reposa indeleble por la tinta desde su juventud.


Una mirada luminosa


En Ibagué reside su madre pero no la visita con frecuencia. Su padre falleció hace algún tiempo y sus hermanos han tomado también caminos distintos. Ahora, Blanca espera añadir empanadas a su puesto y obtener mejores ingresos, lo que en definitiva aportará a la compra del vestido de Yurani, para su primera comunión en el mes de diciembre. Dice que sería un privilegio conocer el mar y Medellín, la ciudad de su equipo del alma: el Atlético Nacional, aunque confiesa que asiste frecuentemente al estadio para apoyar al Deportes Tolima, pero sin titubear afirma, que su corazón se divide en verdiblanco y vinotinto y oro; y es que desde su etapa en el colegio es aficionada al fútbol, tanto, que era una jugadora estrella ganadora de trofeos que están todavía en las repisas de su casa.


Con su ceñida blusa fucsia como si el florecer de los ocobos resbalara por su busto pronunciado, y su cabello de tintura rubia sujeto por una laso, se despide Blanca bajo unos naranjos, tal vez ansiosa por bailar un merengue fumándose unos siete cigarrillos y soñando con conejos blancos en las praderas, no encerrados en la urbanidad del centro de la ciudad. Con una carnavalesca vista de panaderías, tiendas de ropa, basura, suciedad, señales de tránsito, bocinas, artistas empíricos, indígenas envueltos en la dinámica citadina y vendedores de mangos, comidas grasas y golosinas, Blanca aguarda la noche para descansar, no con la fogosidad de un café sino con el rodeo de su espalda y cuello por las manitas traviesas de sus hijos.


Entradas destacadas
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
No hay tags aún.
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
bottom of page